Por Agustina D’Andrea
Este texto forma parte de la obra Pedagogía, control simbólico e identidad (Pedagogy, Symbolic Control and Identity), publicado en el año 1996. Es la última obra de Basil Bernstein, sociólogo y lingüista inglés (1924-2000). No es casual que mencionemos sus dos titulaciones, puesto que ambas formaciones serán fundamentales para que Bernstein pueda construir la idea sobre la que trabajará toda su vida: el desarrollo de una teoría de la educación desde un punto de vista sociológico.
Cabría preguntarse por qué incluimos un teórico de la educación en una serie de reseñas sobre los estudios del lenguaje. Como sostenemos desde Lingüística Crítica, la construcción de nuestra disciplina ha sido monopolizada por un punto de vista que podría llamarse positivista, según la clasificación de Volóshinov. Esto tiene como consecuencia que lo que en el imaginario social se entiende por «lingüística» esté muy escindido de las cuestiones políticas, sociales y culturales, y muy ligado a la idea de norma y estructura formal (y sostendremos que la función política de instituciones como la RAE está estrechamente ligada a la construcción de este «imaginario social» respecto de la lingüística). De este modo, la «gramática» es vista como un conjunto de reglas formales, rígidas, sin relación alguna con las prácticas de la sociedad. En este sentido, la obra de Basil Bernstein, y particularmente el capítulo que estamos reseñando, viene a echar luz sobre diversas problemáticas sociales que se materializan en cuestiones lingüísticas.
En concreto, en este capítulo el autor reflexiona sobre lo que denomina «dispositivo lingüístico», para luego plantear una analogía con el «dispositivo pedagógico». Bernstein sostiene que la educación es reproductora de las desigualdades de clase, género, raza, región y religión, y realiza una crítica a los estudios que suelen encargarse de lo que la pedagogización del conocimiento científico transporta o transmite, dejando de lado la constitución de ese comunicador. Es decir, no suele reflexionarse sobre quién selecciona lo que debe enseñarse en la escuela, de qué manera transforma ese discurso científico en un discurso pedagógico transmisible en la escuela, por qué, para qué (a esto lo llama reglas distributivas del dispositivo pedagógico), cómo más tarde ese discurso es transmitido dentro del aula (lo que denomina reglas recontextualizadoras, porque presentan el discurso científico en la escuela, es decir, fuera de su campo de acción), y cómo este discurso se convierte en una herramienta de regulación social (a lo que llama reglas evaluadoras). Para el autor, la comunicación pedagógica, si bien suele considerarse una portadora aparentemente «neutral» de ciertas destrezas, es transmisora de mensajes ideológicos y relaciones de poder.
En este trabajo, el dispositivo lingüístico es definido como un sistema de reglas formales para las diversas combinaciones que efectuamos al producir mensajes. Bernstein le critica a Chomsky que, para explicar la adquisición del lenguaje, este toma en cuenta el nivel social –al considerar la interacción social como un requisito necesario para la adquisición–, pero no el nivel cultural –es decir, las diferencias entre las diversas sociedades, o incluso las diferencias dentro de una misma sociedad–, y por lo tanto, según el aparato chomskiano, en una sociedad todes adquirirían la misma lengua. Bernstein refuta esta idea con la propuesta de la noción de códigos amplios y restringidos, desarrollada en otro trabajo que recomendamos: La estructura del discurso pedagógico (1990), libro que constituye el último volumen de su obra en cuatro partes Clases, códigos y control.
Una de las preguntas principales que formula el autor en el capítulo que estamos comentando es si el dispositivo lingüístico es «neutral» o no, si no es posible que él mismo tenga una función reguladora intrínseca, sobre lo cual afirma: «En el nivel más prosaico, es evidente que la tiene, porque el dispositivo incluye en su sistema algunas distinciones fundamentales, en particular las clasificaciones de género. Por ejemplo, la oposición a la discriminación de género se hace difícil por el sistema de clasificación del lenguaje mismo. Puede resultar muy difícil suprimir o reemplazar las distribuciones de clasificación que efectúa el lenguaje», y ejemplifica, para el inglés, con la palabra mastery, que significa «dominio» o «superioridad» en algún campo de conocimiento o práctica, y proviene del término master, cuyo significado es «señor». De esta misma manera, nosotres podemos ejemplificar, para el español, con el llamado «masculino genérico» (o como a la RAE le gusta mal llamarlo ahora, «masculino inclusivo», un evidente oxímoron). De este modo, Bernstein sostiene que la adquisición del dispositivo lingüístico está libre de ideología, pero sus reglas no lo están.
Luego de la comparación del dispositivo lingüístico con el pedagógico, una segunda cuestión interesante que aparece en este capítulo es la relativa al control de lo impensable. Bernstein plantea un modelo teórico para describir el dispositivo pedagógico y sostiene que hay tres tipos de reglas que lo gobiernan. Las primeras son las reglas distributivas, que son las que distribuyen el conocimiento: qué se enseña a quién. El lenguaje permite dos clases de conocimiento: lo pensable y lo impensable, el conocimiento ya existente y el conocimiento aún por producirse. En las sociedades actuales, el control de lo impensable radica esencialmente en los niveles superiores del sistema educativo. El control y la gestión de lo impensable corren a cargo de instituciones superiores de enseñanza, y la gestión de lo pensable corre por cuenta de los sistemas de primaria y secundaria. Hoy se podría agregar que también lo pensable corre por cuenta de instituciones de nivel terciario y algunas carreras universitarias técnicas o eminentemente prácticas, e incluso de aquellas instituciones universitarias con carreras humanísticas, pero tendentes a la reproducción del conocimiento, no a la formación de investigadorxs. No es casual que exista una marcada división en el ámbito académico entre la formación docente y la formación para la investigación.
Lo que sostendrá Bernstein es que las relaciones de poder distribuyen lo pensable y lo impensable, seleccionando los grupos que acceden a uno y a otro: las políticas educativas, lingüísticas y de todo tipo buscan regular el espacio de lo impensable, puesto que la distribución de poder político y económico depende de ello. Sociológicamente hablando, estas normas distributivas de la educación regulan la producción de discursos –quién produce el conocimiento y quién lo recorta, adapta y amolda para ser enseñado en la escuela–, creando un campo especializado que cada vez es más controlado por el Estado, e incluso hoy, por las grandes corporaciones. Por brindar solo dos ejemplos, la empresa Monsanto invierte en (tiene un «convenio de investigación» con) la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, y parte de la financiación de la RAE proviene del Grupo Telefónica.
Afortunadamente, Bernstein fue un optimista –este calificativo se lo «robé» a la Dra. Julia Zullo, investigadora de la Universidad de Buenos Aires– que consideró que ese espacio de lo impensable puede ser una suerte de grieta por donde «infiltrarse en el vacío», un lugar de posibilidades alternativas, «impensables», para generar un cambio. Desde Lingüística Crítica invitamos a todxs nuestrxs lectorxs a que formen parte de ese cambio.
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